¿Qué pasa cuando las expectativas no corresponden con la realidad?: el día a día de los jóvenes.

Ser joven a día de hoy significa una gran variedad de cosas, algunas muy buenas, pero otras no tanto.

Querer independizarse, pero no tener dinero para pagar un alquiler, seguir viviendo con tus padres o tener que compartir piso con desconocidos, querer un empleo estable y de lo que te gusta, pero no encontrar trabajo o enfrentarse a la precariedad laboral, querer formar una familia pero no tener los recursos suficientes, o, por el contrario, sentirse presionada por formar una. Y como estas, muchas más, definen nuestra realidad.

Para comprender mejor cómo influyen las situaciones anteriores en nuestra salud mental es importante tener en cuenta conceptos como la presión social o las expectativas.

La juventud es la etapa de la vida donde más afecta la presión social, ya que, sobre todo en la adolescencia, se acentúa el deseo de ser aceptados causado por el miedo al rechazo.

Eso afecta a nuestras expectativas de futuro, pudiendo hacer que cambiemos decisiones, comportamientos y actitudes o incluso valores o intereses.

Las expectativas son esas esperanzas y posibilidades de que algo ocurra o se consiga. Pero es muy importante recordar que estas deben tener una base razonable, es decir, deben ir acorde con la realidad.

Actualmente, tal y como hemos ejemplificado al principio, no es así. Hay una gran distancia entre la presión y las expectativas puestas por la sociedad y las oportunidades o posibilidades disponibles para conseguirlas, es decir, las expectativas no van de la mano con la realidad. Pero la pregunta es:

¿Cómo nos afecta esto a los jóvenes?

Una de las principales sensaciones que surge es la incertidumbre. La falta de certeza sobre cómo será el futuro, haciendo que percibamos el entorno cómo hostil, peligroso. Por lo tanto, nos situamos en un estado de alerta constante, llegando a altos niveles de ansiedad y estrés. Cuando este estado se convierte en permanente se reduce nuestra capacidad de respuesta, que junto con la frustración o resignación por la situación, hace que nos paralicemos y activemos lo que se conoce como el “Piloto Automático”. Esto nos hace actuar de manera, tal y como dice la palabra, automática, inmersos en la rutina sin ser conscientes de ello. Aunque para algunas tareas más mecánicas va bien, ese estado también aumenta nuestros niveles de estrés y reduce nuestra capacidad de adaptación.

Por otro lado, se dan situaciones en las que nuestras creencias no van acorde con nuestras acciones, o tenemos dos pensamientos contradictorios a la vez. Por ejemplo, querer estudiar lo que nos gusta, pero pensar que no tendrá tanto “futuro” y decidir escoger otra cosa.

 

Y todo este malestar ya es una realidad visible, hoy en día la mayoría de las patologías sociales y laborales están relacionadas con la salud mental. Ha habido un aumento de trastornos depresivos y de ansiedad, y en consecuencia del consumo de ansiolíticos y antidepresivos, al igual que el número de casos que se atienden en los hospitales por crisis de ansiedad.

Sin dejar de lado todo lo comentado, es importante tener en cuenta que es lo que podemos hacer para proteger y mejorar nuestra salud mental ante esta realidad.

Tomar conciencia de la situación en la que vivimos es fundamental, a eso nos referimos a tener en cuenta la diferencia, comentada al principio, entre las expectativas puestas por nuestro entorno, las oportunidades reales y las expectativas propias.

Por mucho que esta toma de conciencia pueda generar rabia, nos ayudará a tomar las responsabilidades que nos pertenecen pero sobre todo dejar ir las que no.

Conceptos como la flexibilidad cognitiva y la tolerancia a la frustración nos harán este proceso más llevadero, ya que aumentan nuestra capacidad de adaptación.

La flexibilidad cognitiva es la capacidad de modificar nuestra conducta, pensamientos u opiniones dependiendo de los cambios que se puedan producir en nuestro entorno. Para eso tenemos que parar y reconocer si algo que estamos haciendo ha dejado de funcionar, elaborar diferentes alternativas según las consecuencias y actuar en función de nuestro objetivo y necesidades cambiantes. Eso nos hace capaces de adaptarnos mejor a situaciones que presenten desafíos, aumentando nuestra tolerancia a la frustración, siendo capaces de manejar mejor y de manera más efectiva las situaciones o cambios que se puedan presentar.

Para darnos cuenta de esto hay que salir del “piloto automático”, y para ello nos tenemos que observar.

¿Qué es lo que necesito, cómo me siento o me he sentido? Poner atención en mi día a día, por ejemplo, a actividades tan básicas como comer o sentarse en una silla, reconocer que somos personas cambiantes y, por lo tanto, nuestras necesidades también.

También es importante ir revisando nuestros niveles de autoexigencia. Poner conciencia de lo que está o no en nuestras manos, lo que depende de nosotros o no, si de verdad es algo que queremos hacer, o que nos acerca a lo que queremos. 

Para eso, tomate tu tiempo para priorizar, basar las expectativas en la realidad, poniendo metas a corto plazo, y ten siempre presente que equivocarse es una oportunidad para mejorar.

Por último, recuerda que esto es un proceso y que se basa en la práctica y el autocuidado, al principio puede costar, pero se trata de ir tomando conciencia poco a poco. Hay cosas que podremos o no cambiar, pero lo importante eres tú.

Ariadna Domènech Segú

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *